Pero… ¿es todo esto realmente posible? Quizás cuando en un concepto caben tantas cosas es que en realidad no tiene ninguna definición. Y es difícil que la tenga, porque en honor a la verdad, en la historia del pensamiento nunca se ha hablado de un supuesto pensamiento crítico. Hay tendencias o adscripciones a modos diferentes de interpretar el mundo y sus interrogantes, pero no ha existido ninguna corriente subterránea que abarcase la historia en su conjunto. Primero, porque las diferentes sociedades transforman las formas de pensamiento, a pesar de que los anhelos humanos puedan ser compartidos. Segundo, porque todas las corrientes filosóficas, desde la Antigüedad hasta la época postmoderna actual, han sido críticas de uno u otro modo al haberse construido contra los saberes de una época, pero sería difícil afirmar que han convergido entre sí. Creemos entonces que, si este nuevo término de moda no se apoya de manera rigurosa en el desarrollo histórico del pensamiento, en realidad estamos hablando de otra cosa. Y planteado de esta forma no parece que pueda tener demasiada profundidad a la hora de formar y que realmente pueda habilitar a alguien para elaborar sus propias ideas sobre la vida. Si no hablamos de ideas, o de habilidades que permitan comprender ideas, seguramente estemos vendiendo gato por liebre.
Por otro lado, tampoco parece muy positivo hablar de pensamiento crítico como si la crítica fuese algo bueno en sí mismo. De nuevo, si nos apoyamos, por ejemplo, en las filosofías modernas, las posiciones críticas siempre han tenido direcciones éticas hacia la sociedad y los seres humanos. Invalidar o validar diferentes perspectivas normalmente ha tenido que ver con lo justo o no que se creyese desde cada paradigma. Pero este pensamiento crítico… ¿desde qué paradigma nos habla? ¿Acaso quiere hacernos creer que hay uno supuestamente neutral? No es esto posible: es difícil pensar que pueda formarse a la sociedad en ser críticos sin acompañarlo del compromiso ético en un sentido concreto. Seamos conscientes o no; deseemos o no, las ideas no pueden abstraerse del contexto desde el que son transmitidas. O, dicho de otro modo, criticar por criticar lo que nos rodea no tiene por qué conducirnos siempre a buen puerto. Ese camino fácilmente puede conducirnos al callejón del aislamiento individual, el narcisismo intelectual o el relativismo científico y cultural.
En definitiva, y aunque este tema no se despacha en un par de párrafos y aquí solo hemos querido hacer algunos apuntes, parece lógico pensar que el pensamiento crítico ha sido cocinado por fuera de las tradiciones del pensamiento y de las ideas, aunque quieran venderlo como tal. Y esto seguramente ha sido posible porque esas tradiciones sufren hoy de una parálisis sin precedentes. En cualquier caso, este concepto no puede valer para todo, no puede ser un cajón desastre, y mucho menos hacernos creer solo hay una manera de pensarlo. Tal como se presenta hoy en día, parece más un término comodín que una herramienta con raíces profundas. La proliferación de interpretaciones dispares y su omnipresencia en discursos contemporáneos seguramente debería hacernos levantar la alerta. No podemos ignorar que el pensamiento ha evolucionado a través de contextos históricos específicos, y que cada corriente filosófica ha formulado sus críticas en función de valores éticos y sociales particulares. Promover un pensamiento crítico descontextualizado y desprovisto de un compromiso ético puede resultar en un ejercicio vacío y potencialmente peligroso, que, en lugar de fomentar una comprensión más profunda del mundo, podría derivar en escepticismo estéril o relativismo extremo.
Si realmente deseamos que pensar e interrogarnos sea una habilidad útil para nuestras vidas -y, sobre todo y lo más importante, para nuestra vida en sociedad, especialmente en estos tiempos tan inquietantes– es necesario enfocarlo correctamente. Precisamente reflexionar de esta manera nos ha permitido llegar a estas conclusiones sobre este concepto tan actual.
Artículo escrito por: Eduardo Mota.
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